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Comicsgate o por qué no debemos hacer la vista gorda a las expresiones de odio:

 

Cualquier diferencia que tal vez hayamos tenido

resulta insignificante ante lo que tenemos en común

Wonder Woman #30

¿Qué pensarían si una nena disfrazada de Punisher entra a una tienda de cómics y pide que salgan todos los que son varones blancos a punta de pistola? ¿les daría ternura?¿quizás gracia? Al menos parecería irrisorio. Por supuesto. Ahora imaginen que un varón blanco entra a una tienda y saca de los pelos a una chica que hojea una historieta y patea a otro por ser negro hasta echarlos del lugar. Imaginen que esto es sistemático y ocurre en diferentes lugares al mismo tiempo, con impunidad y violencia.

De esto hablaremos, de desmenuzar las peligrosas ideas que se esconden en espacios sectarios y guetos virtuales.

A menos que estén sumergidos en el mundo de los cómics, nunca habrán escuchado hablar alguna vez del movimiento comicsgate, su influencia y el ruido generado. Aunque es muy probable que sí se hayan cruzado algunos haters en avenidas y pasillos de las redes sociales. Siempre se empieza por algo.

Entonces, ¿Qué son y qué se proponen en esta suerte de movimiento? Por nada del mundo podemos decir que es un fenómeno aislado, así que agárrense a la silla para este viaje.

Empecemos por mencionar que el sufijo “-gate” ha sido utilizado con frecuencia para denominar un escándalo famoso en las noticias, por ejemplo, el Watergate que llevó a Nixon a la renuncia. Sin embargo, comicsgate es un término con un origen más ambiguo: antes que un término periodístico es un caballito de batalla apropiado por los mentores de su movimiento.

Si bien no hay una fecha exacta para determinar cuándo comenzó, sí podemos saber quiénes lo generaron: se los podría definir como un conjunto de varones dispuestos a agredir y amenazar a través de la web a todo lo que consideran disruptivo en la concepción dogmática que ellos tienen del cómic de superhéroes.

En otras palabras, son hombres que no les cabe que haya ningún tipo de disidencias, presencias racializadas o manifestaciones progresistas ocupando lugares de héroes o protagonistas en el mundo “selecto” de las historietas gráficas (como tampoco escritoras mujeres, claro).

La confusión o poca información que tenemos de sus inicios se debe a que las personas que solían ser el blanco de sus primeros ataques eran por lo general trabajadores de editoriales chicas o independientes. Esto generó que las grandes industrias hicieran la vista gorda antes de posicionarse, tomándolos como casos aislados y no reconociendo la gravedad del asunto.



¿Dónde encontró entonces su procedencia? en un fandom vecino al de los cómics: el de los videojuegos. Durante el 2014 se dio una enorme batalla de ciberacoso y doxing* a varias mujeres de la industria de los videojuegos, fundamentalmente a Zoë Quinn. Ella es una desarrolladora que, tras pasar por un episodio depresivo, decidió hacer un juego basado en esa experiencia. A ciertos gamers les pareció que esta producción atentaba contra cierto purismo de los videojuegos y no se quedaron en la crítica: iniciaron con el hashtag #GamerGate toda una serie de insultos, amenazas e improperios dirigidos a Zoë. Esta batalla dio el puntapié para que, bajo consignas de exclusión y segregación se congregaran en foros y espacios a celebrar su pugna contra las mujeres en los vídeojuegos. La semilla no tardó en brotar en otros ambientes. Durante el 2015, se celebraban en Finlandia los premios HUGO: a obras literarias de ficción. Allí, otro grupo, quienes se hacen llamar sad puppies o Rabit puppies*, buscaron boicotear los premios a escritores progresistas o a obras con este tinte. Aunque no lograron su cometido consiguieron que los seguidores del fenómeno de gamergate se sintieran seducidos por lo que aparentemente era la misma búsqueda: lograr excluir miradas de inclusión y diversidad en la editoriales y sus tiradas. De allí a redactar “listas negras”, de declarada persecución ideológica contra escritores y dibujantes, no pasó mucho tiempo. Tampoco para las manifestaciones físicas de violencia, haciendo desmanes en comiquerías. Desde entonces, su campaña “acaparó las cámaras” en varias oportunidades.

El de Chelsea Cain fue uno de los casos que más ruido hizo por su renombre y por ser parte de Marvel (sabemos que cuando el río suena en Marvel o DC la cosa toma otra dimensión pública). La novelista salió con una portada para Mockingbird* donde Barbara, la protagonista, llevaba una remera con una leyenda que rezaba “ask me about my feminist agenda” (“pregúntame sobre mi agenda feminista”).

¿Llamó mucho la atención? Sí. Porque la frase plantea una consigna de lucha. Esto que es súper jugado y pionero dentro de las portadas de superhéroes, a los haters les obligó a salir de su cómoda pasividad y comenzaron a decir que Marvel había contratado a Cain para ganar a un público de “feminazis que ni siquiera leen cómics”. Porque ya sabemos que hay terrenos impolutos que sólo les pertenecen a varones blancos y heterosexuales. Sinceramente, estamos lejos de ser defensores a priori de cualquier industria, pero entedemos que no es forzado salir con una portada así, ya que venimos atravesando un contexto mundial de procesos transformadores, de debates feministas. Esta cuarta ola*, que ha provocado la ira de más de uno, también generó espacios para que muchas producciones tengan que empezar a virar la vista sobre las realidades de todos esos sectores de la sociedad tan invisibilizados y desplazados durante siglos.

Si creían que este era un caso aislado, todavía queda tela para cortar. Al poco tiempo, el blanco de los ataques fue Heather Antos, también de Marvel. El 23 de Julio fallece Florence Steinberg* y Heather, en homenaje a Flo, quien tenía por ritual darle la bienvenida a las mujeres en la empresa con salidas de chicas y malteadas, se tomó una foto con otras compañeras de trabajo y la subió a twitter. Ahí nomas salieron los “matones del cómic” a decir que si había tantas mujeres en la editorial era signo de que algo andaba mal, o que muchas de ellas pagaron con favores sexuales su puesto y un sin fin de agravios y aberraciones contras estas mujeres solo por el hecho de ser mujeres.


Y acá es donde se puso todo muy intenso: resulta que Theodore "Vox Day" Beale (un activista de derecha, diseñador de vídeojuegos, escritor) se apropió del término comicsgate para fundar una editorial. Si eso les parece poco, adivinen, Richard Meyer, otro hacedor de cómics, logró una suma de 400 mil dólares a través de crowdfunding promovido por estos correligionarios. Aunque muchos desestiman que esto pueda tener un futuro, no deja de ser preocupante que un supremacista que enuncia frases como “asegurar la existencia de los blancos y su futuro” logre financiar cualquier tipo de proyecto basado en estas ideologías de odio.

Llamativamente, muchos de estos grupos se nuclearon con mucha rapidez y, de pronto, bajo el hashtag de comicsgate aparecían fotos de manifestantes con banderas nazis o confederadas*, haciendo yunta con movimientos de la ultraderecha de EEUU.

¿Y qué tiene que ver comicsgate con el movimiento autodenominado alt-right? La respuesta no los sorprenderá. En poco tiempo estas campañas fueron encontrando su voz y más adeptos. Algunos creen que su despertar ha tenido relación con el ascenso de Donald Trump, ya que, cuando hay legitimidad para reproducir estos discursos, enseguida se abren los canales para que fluyan y surjan, como el agua podrida debajo de las baldosas flojas, todos aquellos rencores que habían estado escondidos detrás de avatares falsos. Si hay algo que resulta tentador para los violentos anónimos es el sentido de pertenencia a cualquier grupo radical y de yapa, encauzar su encono y frustración hacia las minorías.

Pero no sólo en Marvel se sintió el escarnio de estos grupos misóginos: también llegó a DC y no se quedaron atrás. En el 2018 el movimiento comicsgate reflotó a su favor una entrevista de 2010 al ya fallecido Darwyn Cooke en la que afirmaba sus desacuerdos o sus dudas en cuanto a los cambios abruptos en la sexualidad de algunos personajes y las dificultades para los guionistas. Su esposa, Marsha Cooke, salió a posicionarse tajantemente en las redes para advertir que el marido no era un tipo racista, ni menos homofóbico. Marsha se convirtió, entonces, en el blanco de los hostigamientos. Y fue en ese momento que varios escritores y dibujantes salieron a apoyarla y a señalar, finalmente, a los partidarios del comicsgate como gente llena de odio y fascistas.

Jeff Lemire, autor de cómics canadiense, apuntó diciendo:

"Comicsgate está basado en el miedo, intolerancia, fanatismo e ira. Los creadores de cómics que actualmente están emergiendo son demasiado talentosos, inteligentes y ruidosos para ser derrotados por esta gente débil. Es hora de que todos comencemos a defendernos el uno al otro".

También el dibujante Bill Sienkiewicz se posicionó a través de facebook, mencionándolos como un “clan con k” (en alusión al Ku Klux Klan). No tardaron en llegar las muestras de apoyo y solidaridad para reducir este despertar de aversión a la diversidad y pronto se popularizó la frase “los cómics son para todos”.

¿Y cómo podrían no serlo? La pregunta que nos queda es: ¿conocerán estos ignorantes que sus superhéroes favoritos han luchado por la inclusión desde que al mundo lo atravesaban las peores guerras?








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